Llegaban las últimas semanas de
embarazo, se acercaba el momento de conocer a nuestro guerrero luchador. Ese
guerrero que había luchado desde el primer minuto por conocer este mundo loco
donde vivimos. Se había empeñado en quedarse y conocer a su papiguerrero y a su
mamá. Quedaban pocas semanas para poder tenerle en brazos y ver la recompensa
de toda nuestra lucha. Nos habían estado diciendo durante todo el embarazo que
si el bebé tenía el peso adecuado, cuando llegara a la semana 37 me programarían
el parto, para poder ponerme la epidural. Nos habían explicado que tenían que
pasar 24h desde el último pinchazo de heparina y la epidural, porque si no,
puede producirse un hematoma y tener graves consecuencias para mí, asi que
programarían el parto, para no pincharme la heparina ese día, y para que no
tuviera más riesgo de trombo y estuviera todo controlado. Como ya sabíamos,
debería llevar las medias de compresión también en el parto.
Otro riesgo más. Decían que nuestro
guerrero seguramente alcanzaría los 4kg de peso y su tamaño era bastante
superior a la media, pero en el último momento decidieron que no había
necesidad de programar el parto. En la revisión de la semana 37, teniendo en
cuenta que en la Seguridad Social cada día me atendía una gine, me confirmaron
que no me iban a programar el parto, que si tenía que dar a luz al bebé sin
epidural, no pasaba nada, no sería la primera.
La verdad es que por un lado, es
mejor que el parto comenzara de forma natural, y si luego podía ponerme la
epidural, pues mejor para mí. En mi caso, tenía claro que si podía, la pediría.
Pero por otro lado, la incertidumbre de la madre primeriza, de no saber hasta
qué punto iba a soportar el dolor de las contracciones y los nervios de que
todo saliera bien, me angustiaba bastante y a papiguerrero más todavía.
En la recta final, me citaban cada semana y a
partir de la semana 38 me empezaron a citar en monitores, para controlar si
había contracciones y detectar lo antes posible que comenzaba el trabajo de
parto, para evitar la heparina. Pero es muy difícil prever el momento exacto en
que va a comenzar esta aventura.
Así llegamos a la semana 39 y en
la revisión me comentaron que aún no estaba preparada y me volvieron a
confirmar que no lo programarían. Pero me recomendaron que si notaba algo raro,
fuera a urgencias sin ponerme la heparina ese día y allí me dirían si me podía
pinchar o el parto era inminente.
Estábamos nerviosos y esto no
ayudaba mucho. Así que, el día antes de la fecha prevista de parto, un sábado
por la mañana, después de una noche con pequeñas contracciones acudimos a
urgencias para que me confirmaran si podía o no ponerme la heparina. Allí
estuve en monitores una hora y me exploraron, afirmándome que aún no estaba de
parto. Ya nos lo imaginábamos pero queríamos tener todo más controlado de lo
que era posible.
Esa tarde fuimos al retiro, a
pasear y pasear para que nuestro pequeño guerrero se animara a salir. Acabamos cenando en un
tailandés y otro paseo hasta el coche. Aún recuerdo lo cansada que llegué esa
noche a casa. Aún así, nuestro guerrero pasó un par de días más calentito sin
querer salir.
En la próxima entrada os contaré
como fue el momento de conocer al pequeño guerrero, pero mientras tanto,
gracias por seguir ahí.
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